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Biografia de María Elena Valverde Chinchilla

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Educación y ComunicaciónMaría Elena Valverde Chinchilla (1933-0000) Educación y Comunicación
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Por Mauricio Silva A.

BIOGRAFIA VIVENCIAL

“...debía reunirme con mis cuatro niños… los abracé y les dije: “Papá ya no estará más con nosotros, pues se ha ido al cielo… Pero, ¿por qué?... ¿por qué? –fueron sus preguntas insistentes…”

MARIA ELENA VALVERDE CHINCHILLA (1933). Maestra, orientadora educativa y asesora pensionada de la Dirección Regional Brunca del Ministerio de Educación Pública, San José, Costa Rica, América Central.

Bajo la intensa luz de una mañana veraniega, en Copey de Dota, cantón de San José, una maestra aviva la clase mediante un juego escolar didáctico con el que repasa la división territorial del país; para ello desplaza a los niños hasta un frondoso árbol de juaquiniquil cuyas ramas principales representan las siete provincias. Cada niño ocupa una rama, después de lo cual pronuncia ella el nombre de dos provincias y los niños aludidos, según el nombre de su rama, intercambian de asiento, en todo caso, sin bajar del árbol. Arriesgado, sí, pero efectivo y ameno. Tiempo después, la misma maestra, al abrigo del amanecer de un húmedo septiembre, en Buena Vista del distrito de Rivas, Pérez Zeledón, ensaya un nuevo juego escolar; esta vez repasa y refrescar el abecedario: -A ver niños –les dice- vamos al mercado y compramos una… -¡Anona! –exclaman todos al unísono. -Excelente –replica ella-, pues la primera letra del abecedario es la “a”. Ahora bien –agrega la maestra- Vamos al mercado y compramos unos… -¡Berros! –responden los niños. -Excelente –vuelve a replicar la maestra-, pues la segunda letra del abecedario es la letra “b”. Y así por el estilo hasta acabar el juego. Lo anterior, en nuestro tiempo, y en el nuevo siglo, no es otra cosa que la expresión de una de las tantas facetas del moderno método Montessori, aplicado hoy por la gran mayoría de los centros de educación preparatoria. Solo que en el caso de la maestra de Copey y de Buena Vista ella es apenas una niña y el grupo de alumnos sus hermanos y hermanas, también menores, entre los que se encuentra siempre una niña de escasos 10 años. Su nombre: María Elena Valverde Chinchilla.

Nace un 7 de octubre en Copey de Dota, cantón de San José, Costa Rica, y allí inicia el primer año escolar, pero, muy pronto, por cuestiones económicas, sus progenitores trasladan y fijan el domicilio en el caserío de Buena Vista de Rivas, distrito de Pérez Zeledón. Acá, todavía niña, alternando la escuela con el rigor del campo, costeará ella misma sus primeros zapatos. Es hija de quienes en vida fueron Moisés Valverde Bonilla, agricultor y autodidacta, y Rafaela Chinchilla Rojas, oriundos ambos del cantón de Dota, y la penúltima de trece hermanos. Contrae matrimonio en San Isidro de El General el 27 de julio de 1960 con Jorge Borge Durán, fallecido, y es madre de 4 hijos: Ada Virginia, Ivannia, Alejandro y Jorge.

Entorno familiar. Su grupo familiar, compuesto por 15 miembros, profesa la fe católica y vive de la agricultura. Sus progenitores son asiduos lectores de revistas y periódicos. Su padre, que ha podido auto educarse, es el abogado, el médico y el consejo de propios y extraños; orador, cantor, músico, redactor y secretario de actas de cuanta asociación vecinal lo requiera, pero, mejor quizás, el auténtico y oficialmente reconocido ingeniero de sendas y calles principales. La educación de los hijos, el amor al prójimo y la observancia de principios morales y religiosos son el norte de la familia. Con todo, María Elena, en el curso de su vida profesional, casada ya, y realizada ya, tendrá que hacer un alto en el camino con motivo de la prematura muerte de su esposo por hecho laboral fortuito.

Proceso vocacional. Pese a crecer en un medio agreste, los tempranos juegos infantiles didácticos, la educación escolar constante, y persistente, y el aprendizaje de vida derivado de los padres –en especial del paterno- dejan entrever, sin más, una temprana identificación con el quehacer educativo. Pronto será docente.

Proceso laboral-académico y vivencia. Radicada en su nuevo domicilio continúa la escuela. Por aquellos días, en la zona rural, no existiendo mayor grado escolar que el tercero, repite una y otra vez este grado, a modo de pasatiempo útil, hasta completar el ciclo y concluir la primaria en 1950. Así las cosas, con la permisión del Ministerio de Educación y al amparo del entonces Instituto de Formación Profesional del Magisterio (IFPM), en el periodo 1955-1957, labora como maestra, primero en la escuela de Cañas, y después en la de San Rafael, ambas de Buenos Aires. Seguidamente, al paso que contrae matrimonio en la ciudad de San Isidro, en el periodo 1958-1962 labora sucesivamente en los centros de Santa Cruz, Buena Vista y La Bonita, los tres del distrito de Rivas, para concluir en la Escuela 12 de Marzo de 1948 de San Isidro de El General (1963-1972), sendos distritos de Pérez Zeledón.

Poco antes, en 1961, obtiene el título de Maestra Normal de Educación Primaria, lo mismo que un posgrado en 1966, ambos del IFPM, en virtud de estudios de capacitación efectuados en el curso del proceso laboral.

En 1969, mientras labora en la Escuela 12 de Marzo de 1948, sobreviene la muerte de su esposo, hecho que la impacta más allá de lo sensible, con efectos en todo el grupo familiar.

La vivencia: “… ese día yo me encontraba en la peluquería con mis hijos Jorge y Alejandro cuando llegó mi cuñada Sara y me dijo: “Venga, deje todo, a Jorge le ha pasado algo”. Puesto que la miré muy nerviosa y con el ánimo destrozado, presentí lo peor. Dejé a mis hijos en casa y nos dirigimos al sitio a donde nos llevó don Santiago Esquivel. El percance había sucedido en un lugar conocido como Las Nubes de San Ramón Norte. Había que pasar primero por San Ramón Sur, lugar donde ya había una gran presencia de personas y vehículos de la Cruz Roja, de los bomberos y del Mopt… Supongo que Sara y otras personas que me acompañaban ya sabían sobre la suerte de mi esposo, pero me lo ocultaban para evitarme un mayor dolor.

Después de San Ramón Sur subimos a pie… era una época de temporal… y finalmente llegamos… Aquello era desconsolador… ahí no había nada qué hacer... se trataba de un terraplén que había caído mientras trabajaban y despejaban el camino con un tractor a causa de un deslizamiento anterior. Un lugareño pudo ver lo sucedido, y por él sabemos los detalles. Según dijo, mi esposo y su compañero de trabajo, don Reinaldo Fonseca, por la mañana salieron de una casita donde habían pernoctado el día anterior, y se dirigían, uno detrás del otro, hacia el tractor que se encontraba al otro lado del derrumbe... En ese momento se produjo un nuevo deslizamiento que golpeó, primero a don Reinaldo, y después a Jorge, pues él se había devuelto para ayudar a su compañero, siendo arrastrados ambos… Era imposible la recuperación de sus cuerpos por la cantidad de tierra y piedras precipitadas en dirección a un cafetal y hacia un abismo que terminaba en el cauce del río Pedregoso... Habíamos llegado a eso de las 9 de la mañana. Todos estábamos consternados... Empecé a perder mi control, a tal punto que, cuando algunas personas ya me daban el pésame, sentí indignación antes que consuelo. No quería nada… quería estar sola, …era algo mío...

Regresamos y al pasar de nuevo por San Ramón Sur exploté… grité… me salí de control y renegué contra Dios… contra María…¡todo el mundo era culpable!...

Volvimos a San Isidro y le pedí a don Santiago que me llevara a casa, pues debía reunirme con mis cuatro niños. Ada Virginia, de ocho años, Ivannia, de cuatro, Alejandro, de tres y Jorge, de uno. Los reuní, los abracé y les dije: “Papá ya no estará más con nosotros, pues se ha ido al cielo... Dios se lo ha llevado...”. “Pero, ¿por qué?... ¿por qué?” –fueron sus preguntas insistentes, especialmente de Ada Virginia- “¿Por qué si papi sabe que lo queremos?” “Si hijos, él sabe que lo queremos, y Dios sabe que lo queremos mucho” –les dije. “Dios es malo” –afirmaron. “No Dios no es malo” –los persuadí. En ese instante, mucho más serena y como volviendo sobre mí y en actitud más reflexiva y coherente hacia Dios, atiné a decirles: “¿Saben por qué se ha ido su papá?... porque Dios lo quiere en el cielo para hacer caminos”. Percibí que eso de algún modo les llegó, excepto en el caso de Ada Virginia, pues ella se reveló y, de ahí en adelante se empeñó en no volver a estudiar, cuestión que solo el tiempo cambiaría... Luego de la tragedia, y después de varios días, los cuerpos finalmente fueron rescatados.

La terapia familiar que seguiría, el apoyo de amigos y vecinos, mi reconciliación con de Dios y la Virgen, ante todo, las palabras de aliento de un sacerdote de la época –el padre Santiago Brenes- y mi empeño por demostrarme a mí misma, y al mundo entero, que yo podía, que era capaz, y debía asumir mis deberes como madre, nos ayudó a superar un trauma que sin embargo se agravaría con la muerte de mi madre, cuatro meses después, y la muerte de mi suegra... todo esto en un mismo año... un año de luto...".

Sobrepuesta –como quiera que de modo aparente-, en 1972 ingresa a la Universidad Nacional, aprueba los Estudios Generales e inicia la carrera de Orientación Educativa.

En 1972 deja la Escuela 12 de Marzo y se traslada al Liceo Nocturno del lugar, primero como asistente de orientación, y luego como orientadora.

En 1978 obtiene el título de Orientadora Educativa por la Universidad Nacional.

En 1981 funge como asesora en la Dirección Regional Brunca y, un año después, obtiene su jubilación.

Luego de su retiro, al término de 1987, asume la dirección, imparte clases, y organiza el funcionamiento –si no de la primera- de una de las casas precursoras en la enseñanza privada del cantón, a nivel preparatorio, la cual inicia al siguiente año bajo el nombre de “Jardín de Niños La Casita de la Pradera”, hasta el año de su renuncia, en 1997, cuando dicho centro imparte ya el nivel primario.

De igual modo, en el período 1982-1986, preside el Comité Pro Niño Abandonado por cuya fructífera labor, y con el apoyo incondicional del Club de Leones, se logra concentrar a la población dispersa de niños en riesgo social de la zona Brunca en un terreno y edificio propios, originando el albergue actual bajo auspicio del Patronato Nacional de la Infancia.

María Elena Valverde Chinchilla, ahora con 78 años de edad, reside en la Ciudadela Blanco de San Isidro de El General, al lado de su hijo Jorge, hoy mecánico de precisión. Ada Virginia continuó estudios y es técnica en problemas del aprendizaje, Ivannia es estilista, y Alejandro labora para la empresa Coopeagri. Todos se casaron, excepto Jorge. Diestra en el tejido y el bordado, aficionada a la colección de “pasitos”, al cultivo y al arreglo de orquídeas, y a la jardinería en general, lo mismo que a la lectura -como su padre- María Elena también escribe y también navega en la internet. Recién ha podido obsequiar y dedicar a sus nietos el pequeño libro infantil inédito “Historias para mis nietos” y, al propio tiempo, en su natalicio, a sí misma, se ha podido obsequiar una moderna computadora sin mouse. ¿Qué cómo la domina? Es cuestión que solo ella sabe, mientras tanto sus nietos no vacilan en llamarla “la abuela web” o “la abuela cibernética”, y con razón.




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