Trinidad Sevilla Ramírez (1975-0000) Filosofía
1 Un visitante nos comenta "La búsqueda de la verdad y la belleza es una esfera de actividad que nos permite ser niños toda la vida" (Albert Einstein)
Nació en Jinotepe (Nicaragua, 1975) y creció en la ciudad de Masatepe donde se Bachilleró en el Colegio Salesiano (María Auxiliadora). Luego experimentó una etapa de misión y discernimiento vocacional con la Iglesia Católica que duró 9 años tiempo en el cual estudió Sociología, Filosofía y Teología. Se retira de esta opción de vida e ingresa en Universidades de la capital Managua; Titulándose como Lic. en Ciencias Religiosas y en Psicología Clínica, con Postgrados en Business Intellegence y en Alta Gerencia. En el 2010 fue aceptado para un MBA en la PUCV de Chile. Y, domina varios Idiomas porque le gusta conocer diferentes "culturas".
Hijo de: Alonso Sevilla (de Jinotepe; el tatarabuelo Sevilla es de ascendencia japonesa venido por México en la primera mitad del siglo XIX) y de Kristina Ramírez (de Estelí; el bisabuelo paterno es de ascendencia alemana entró por Costa Rica a mediados del siglo XIX ). Mi amigo Don Trinidad Sevilla es padre de: Julio Javier Sevilla Gallegos.
Ha viajado (sin compañía) vía terrestre desde Panamá hasta México. Ha residido en El Salvador en varias ocasiones. Laboralmente se ha destacado en diferentes Instituciones y Cargos (Colegios, Consulados, Bancos, Empresas Transnacionales y Asesorías Independientes). Tal es su ser polifacético que desde el 2011 colabora decididamente con la comunidad asiática de Centroamérica en lo que respecta a fe, cultura y negocios (en un futuro podría destacarse en Sinología). Prontamente lo tendremos dirigiendo su propia Empresa (éxito asegurado lo tiene ya).
Aunque no se dedica meramente a investigar y escribir ha producido interesantes Disertaciones, Monografías y Apuntes en lo que respecta a Negocios y Proyectos, Historia y Antropología, y sobre Teología apoyada en la Filosofía que es precisamente lo que presento a continuación: es un resumen elaborado por él mismo (en el año 2001) de su obra "La Historia como Encuentro entre Dios y el Hombre".
Sub-título: EXISTIR ES TRASCENDER.
De la autoría de TRINIDAD SEVILLA.
"Dios se hace historia en el hombre, con el hombre y por el hombre"
Si nos preguntáramos: ¿Qué hacía Dios antes de crear el cielo y la tierra? El gran filósofo cristiano Agustín de Hipona diría: “Lo que no se sabe, simplemente no se sabe”. Pero haciendo un análisis del tiempo nos afirmaría según su obra Confesiones que “Ni siquiera Tú Señor precedes los tiempos con respecto a un tiempo; si así fuese, no precederías todos los tiempos. Asimismo, precedes todos los pasados en tu eternidad siempre presente y trasciendes todos los futuros, porque son futuros, y el futuro –una vez que ha llegado- se convierte en pasado: Tú, en cambio, siempre eres el mismo, y tus años no tendrán fin. Tus años son un solo día y tu día no es cada día, sino el hoy, porque tu hoy no desaparece ante el mañana y no sigue al ayer. Tú hoy es la eternidad”. ¿Qué es, pues, el tiempo? El tiempo implica pasado, presente y futuro. Pero el pasado ya no existe y el futuro aún no es. En sentido estricto, habría que decir que los tiempos son tres: el presente del pasado, el presente del presente y el presente del futuro. Y es en nuestro espíritu donde, de alguna forma, se hallan estos tres tiempos, que no se perciben en otro sitio: el presente del pasado, es decir, la memoria; el presente del presente, la intuición; y, el presente del futuro, la espera. El hombre mira hacia arriba (el cielo) para encontrar sentido aquí abajo (el mundo). “Existir es trascender” porque el hombre se hace plenamente hombre por el evento de su encuentro con Dios. Es que después de esta existencia (terrena) este “ser en el mundo” reclama inmortalidad, el espíritu es el que le da sentido al hombre en la historia. Toda la vida es un peregrinar en la búsqueda de Dios. Esta es la deidad que por naturaleza graciosa posee el hombre, diría el español Zubiri. Dios es el principio divino, fundamento real y fin metafísico del hombre. El tiempo reside en el alma.
Para san Agustín todo se debe en definitiva a Dios como Creador, causa y fundamento primero y único. En consecuencia, la creación no es educción, puesto que en ésta el agente extrae la forma inserta en la materia pasiva. Tampoco la creación es emanación; en ésta el agente extrae desde sí un ser semejante, no es más que un despliegue de la superabundancia del principio del que procede; tampoco la creación es una procesión, es decir, la comunicación de una naturaleza inmutable a otra persona (con este vocablo se explican las relaciones de las personas divinas en La Trinidad). La creación es la producción divina de algo a partir de la nada. Dios crea el mundo libremente, en ningún momento por necesidad. Es que crear es propio y exclusivo de Dios. Hay que tener en cuenta que la creación exige una potencia infinita, pues de lo que se trata es de la causación del ser en cuanto tal, lo cual supone ser o tener poder para ser causa de todo lo que puede ser. Únicamente Dios puede crear porque sólo Él puede dar el ser. La creación es, pues, una realización de ideas insertas en la infinita riqueza y plenitud de Dios. ¿Por qué se dio la creación? “No se puede dar otra razón mejor que la de que lo bueno debía ser creado por el Dios bueno; es lo que también tuvo Platón por la mejor respuesta al por qué de la creación”. El ser de Dios es distinto del nuestro. Su ser no es tiempo. Pues antes de que el cielo y la tierra fuesen creados, no existía el tiempo y, por lo tanto, no se puede hablar de un “antes” previo a la creación del tiempo. El tiempo es creación de Dios y, por lo tanto, el interrogante antes mencionado - ¿Qué hacía Dios antes de crear el cielo y la tierra? - carece de sentido, porque aplica a Dios una categoría que sólo es válida para la criatura, cometiendo así un error estructural. En pocas palabras, tiempo y eternidad son dos dimensiones inconmensurables: muchos de los errores que cometen los hombres cuando hablan de Dios surgen de una indebida aplicación del tiempo a lo eterno, que es algo totalmente distinto al tiempo.
Traduciendo el término creación en labios de Xavier Zubiri (mente lúcida y profunda, de vigorosa dialéctica y dominio de las lenguas clásicas) su equivalente será amor. Y, es que, el misterio de la creación hunde sus raíces en el amor. Para todo el Antiguo y el Nuevo Testamento de la Biblia Cristiana el acto creador es una llamada: “Llama a las cosas que no son como si fueran” (Rom 4, 17). En este sentido, la creación es una palabra (logos). Pero esta palabra ha sido pronunciada por el carácter extético del amor. Como raíz de esta palabra y por tanto de las cosas mismas, el amor es un principio (arkhé) de todo. Pero esta efusión no tiene a su vez más sentido que el de difundirse, darse. De esta suerte el amor no es sólo principio sino también término (télos). Y lo es en un sentido absolutamente específico: la creación es una producción de lo “otro” pero como difusión de sí “mismo”. Vista desde las criaturas, la efusión del amor es una atracción ascensional hacia Dios. La humanidad así entendida no es sino el reverso del acto creador mismo: son las dos caras de un sólo amor-efusión. Para los Padres griegos, la creación es un vestigio de La Trinidad. Las cosas ejercitan su ser por la operación causal del Espíritu Santo; éste lleva a realizar su imagen ejemplar que está en el Hijo, y a unirse a la fuente del ser que está en el Padre, del cual recibieron, por el Hijo y en el Espíritu Santo, su propia realidad. Lo mismo, es, tratándose de cada cosa que tratándose del cosmos: esta es la idea escatológica de la historia. San Agustín se refiere en términos de amor, incluso al conocimiento de la verdad y de la luz que ilumina la mente: Quien conoce la verdad conoce aquella luz, y quien conoce aquella luz conoce la eternidad. El amor es lo que conoce. Por lo demás, la Fe (y el Magisterio de la Iglesia basándose en la Escritura y la Tradición) nos enseña que la creación nació de un acto de amor de donación y que la redención surgió asimismo de una donación de amor. Filosofar desde esa clase de fe debía llevar necesariamente a esta reinterpretación del hombre, de su historia como individuo y de su historia como ciudadano, desde la perspectiva del amor. Esta frase lapidaria resume de modo paradigmático el mensaje agustiniano: Mi peso reside en mi amor. El peso de su amor es el que le da consistencia al hombre, y su amor es el que determina su destino terreno y ultraterreno. En este horizonte, se comprende muy bien la exhortación final de Agustín: Ama y haz lo que quieras. En efecto, la creación tiene dos dimensiones: “emergencia real de las cosas desde Dios” y “manifestación de una razón universal”. Como decía Dante: El amor es la verdad del mundo y del hombre.
Finalmente realizada la creación –enseña el Catecismo Católico - Dios no abandona su criatura a ella misma. Es que Dios no sólo da el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza (Sabiduría 11, 24-26). Ponce Cuellar resume el tema con estas precisiones trinitarias: “Dios, que ha creado el universo, lo mantiene en la existencia por su Verbo, el Hijo que sostiene todo con su Palabra poderosa (Heb. 1, 3) y por su Espíritu Creador que da la vida”. Debemos tener claro que la criatura por excelencia es el hombre. Por eso, “Al hablar del mundo como criatura de Dios incluimos también al hombre y a sus grandes interrogantes entre la providencia divina que se manifiesta en el cuidado que tiene de sus criaturas y en la dirección de la historia hacia el final querido por Él”. Esto es una relación dialogal del Ser Supremo con el Hombre, ya que no tendría sentido si éste no fuera libre para responder a la invitación de amor, esencia de la misma revelación. Porque sin una recta concepción de libertad, difícilmente se pueden entender conceptos cristianos como la libertad de los hijos de Dios, esclavos del pecado. Es que ni la redención ni el pecado ni la gracia ni la salvación ni la condenación tienen sentido si el hombre no es libre. El Doctor Angelicus Tomás de Aquino añade que el hombre tiene una aptitud natural para comprender y amar a Dios, y que esta aptitud tiene sus raíces en la misma naturaleza del espíritu, y a este espíritu hay que darle toda su dimensión humana. En la Sagrada Escritura nos encontramos con que “todo se ordena a Dios, ya que Él es el fin de todo”. De aquí que, pensadores, distinguen entre el fin del creador (la comunicación de su bondad) y el fin de la criatura (la gloria de Dios); no hay oposición entre una finalidad teocéntrica y una antropocéntrica, porque todo es manifestación y participación de la gloria de Dios. El hombre canta la gloria del Creador: Allí descansaremos y veremos: veremos y amaremos, amaremos y alabaremos. He aquí lo que acontecerá en el fin sin fin. Pues éste es nuestro fin; arribar a un reino que no tiene fin. El sentido de la historia es por tanto la creación de una cultura humana o de un mundo humano en el que todos los seres puedan vivir más auténticamente su existencia humana, esto es, con una mayor libertad y una hermandad más profunda. El sentido del trabajo productivo, de las ciencias y de la técnica, de toda creación artística, de la elaboración de leyes y de estructuras jurídicas y sociales, de la política y de cualquier compromiso histórico es contribuir a una mayor actuación y realización del hombre. El mundo es el terreno objetivo e inmediato de nuestra realización espiritual. En nuestro mundo tiene que consumarse nuestro propio ser y por lo mismo, también y esencialmente la relación trascendente con el ser absoluto de Dios.
"Gracias Señor porque me creaste"