Ernesto Noboa Caamaño (1891-1927) Historia
1 Un visitante nos comenta Poeta ecuatoriano, n. en Guayaquil y m. en Quito, cuya lírica de melancólica dulzura -La romanza de las horas (1922)- aparece influida por el preciosismo de Albert Victor Samain.
2 Un visitante nos comenta Nació en Guayaquil. De igual manera que su compañero
Arturo Borja, procedía de una familia notable.
Cumplida su educación media, se estableció con sus
padres en la ciudad de Quito, en donde su aleteo poético
fue cobrando altura a través de periódicos y revistas.
Pero su fama se extendía también al auxilio de las
reuniones amicales en las que declamaba lo propio y lo
ajeno, en noches de bohemia en que no faltaba la
excitación letal de los paraísos artificiales. Había
aprendido Noboa un estilo de escribir y de llevar su
existencia que provenía del París de los poetas malditos,
pero que casaba perfectamente con lo que él era por
naturaleza: un hombre extremadamente sensible,
desdeñoso de la ordinariez de las cosas cotidianas,
acongojado por afecciones íntimas e ideas sombrías. Las
incomodidades del ambiente local, rudo para su
ambición de vagas delicadezas, le empujaron hacia
Europa. El viaje depuró aun más sus gustos y sus
percepciones. Le dio oportunidad de captar imágenes
extranjeras saturadas de poesía. Un ejemplo de eso es su
composición “Lobos de mar’, en el paisaje de Bretaña,
cuando Noboa pudo contemplar a ese niño que desde el
regazo de la madre humilde torna sus glaucos ojos de
futuro marino—y se queda escuchando la promesa del
mar.!”. Las impresiones de su vagabundeo lejano y las
que con alma sensible siguió recogiendo tras el regreso
al país, pusieron el calor de lo humano en sus versos,
aunque acentuaron al mismo tiempo su desazón, su
pesimismo, su renunciamiento a la voluntad y el esfuerzo, su predilección por las drogas heroicas, su
insalvable prisa hacia la muerte. Esta, por cierto, no le
sedujo de veras, «con su paso humilde de reina
haraposa». Pero, en cambio, le poseía un desmayo
invencible frente a las cosas de la vida: “Del más
mínimo esfuerzo mi voluntad desiste,—y deja
libremente que por la vieja herida—del corazón se
escape—sin que a mi alma contriste—como un perfume
vago, la esencia de la vida.” En medio de su abandono
amaba más radicalmente las lecturas de los autores favoritos: «Heme, Samain, Laforgue, Poe
-y, sobre todo, ¡mi Verlaine!». O, de igual manera que
el modernista cubano Julián del Casal, confesaba su
apetencia de morfina y de cloral para calmar sus
“nervios de neurótico”.
Seguramente Ernesto Noboa Caamaño fue la figura
representativa del Modernismo en el Ecuador. Leyó a
los franceses. A Darío. A Juan Ramón Jiménez. Y de
ese modo asimiló virtudes de forma que le permitieron
hacer poesía de gracia y delicadeza jamás logradas antes
en el país. Rasgos estilísticos, predilecciones por lo
francés y lo exótico, estado sentimental, singular aptitud
renovadora, todo lo asocia legítimamente a lo más
caracterizado del movimiento modernista
hispanoamericano. Pero no desoyó totalmente el
reclamo de los temas cercanos. Por eso compuso con
certeza y colorido aquel soneto titulado «5 a.m.», que es
una imagen fiel, viva, visual, de las gentes quiteñas que
madrugan a la misa bajo el clamor de las campanas y
que se mezclan con el truhán y la mujerzuela como en
un apunte goyesco.
Ernesto Noboa Caamaño publicó “Romanza de las
horas” en 1922. Y preparaba un segundo volumen de
poesía — que jamás apareció— titulado «La sombra de
las alas».