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Biografia de José Joaquín Fernández de Lizardi

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LiteraturaJosé Joaquín Fernández de Lizardi (1776-1827) Literatura
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Considerado comúnmente como el autor de la primera novela no sólo mexicana, sino hispanoamericana, escritor prolijo y polémico que en sus novelas, poemas, fábulas, obras dramáticas, folletos y periódicos discutió los problemas de la nación en que vivía, hecho prócer por los que dieron a México un sentido de nación, y estudiado por los que buscan en sus escritos ejemplos de nacionalismo emergente dentro del contexto colonial, José Joaquín Fernández de Lizardi, criollo novohispano que escribió bajo el nombre de El Pensador Mexicano, fue sin duda un protoliberal cuyos deseos de reforma global lo llevaron a jugar un papel capital en la transición del Virreinato de la Nueva España al México independiente. Fernández de Lizardi fue un pionero en la lucha por limitar el poder de la Iglesia Católica: El Pensador fue el primero en pedir la separación de la iglesia y el estado y, a costa de su propia excomunión, defendió la libertad de cultos. Criticó las fallas administrativas y morales del Imperio Español, poniendo especial énfasis en los problemas de la Nueva España. Para reformarla, creía en la educación racional, universal y obligatoria y en la libre discusión de las ideas.
Más que por su pensamiento político, Fernández de Lizardi es conocido por su novela El Periquillo Sarniento publicada en 1816. El grueso de su producción, sin embargo, se encuentra en su periódicos y cientos de folletos. Fernández de Lizardi fue un escritor que pudo vivir de sus actividades literarias. Desde las postrimerías del siglo XVII un público lector suficientemente grande e interesado en pagar periódicos, folletos y novelas permitió hacer de la prensa un medio de subsistencia; anteriormente los escritores eran eclesiásticos y escribían para un público reducido.
Aunque Ignacio Manuel Altamirano al iniciar el estudio sitemático de las letras mexicanas ya alababa los aspectos costumbristas y populares del Periquillo, y a principios del siglo XX críticos como Alfonso Reyes y Pedro Enríquez Ureña lo discutieron en el contexto de las letras latinoamericanas, las primeras inivestigaciones a fondo tanto de la vida como de la obra de Fernández de Lizardi corrieron a cargo de Luis González Obregón, Paul Radin, Nicolás Rangel y, sobre todo, Jefferson Lea Spell. Cuando Rangel encontró la partida de bautismo de Fernández de Lizardi, se supo que fue registrado como Joseph Joachín Eugenio Hernández. Oriundo de la capital, vino al mundo el 15 de noviembre de 1776 y era hijo de un matrimonio de "españoles de México". La suya era una familia criolla de escasos recursos aunque no ajena a las letras pues la madre, Bárbara Gutiérrez, era hija de un librero de Puebla y el padre, Manuel Hernández Lizalde, era un estudiante de medicina y mantenía a su familia con sus escritos. La niñez y primera juventud transcurren en el pueblo de Tepotzotlán a donde se mudó la familia cuando el padre obtuvo el puesto de médico del Real Colegio de dicha localidad. En 1794 don Manuel lleva asu hijo ante la Inquisición por poseer éste un juego de barajas adivinatorias a base de preguntas y respuestas. Creyendo que el "estilo amatorio" de ese juego podía inducir a "torpes imaginaciones", el médico descargó su conciencia como lo hacían muchos novohispanos. El proceso no fue llevado a término, y el joven sólo fue llamado a declarar. Este incidente fue el primero, y el menos grave, de varios que habría de tener con las autoridades tanto eclesiásticas como civiles.
En cuanto a la instrucción que recibió Fernández de Lizardi ésta fue de gramática latina, retórica y filosofía. Hacia 1798 la enfermedad de su padre lo hizo abandonar sus estudios en el colegio de San Ildefonso, de la Ciudad de México. Si bien no se graduó de bachiller, no por ello dejó de instruirse. La formación intelectual del Pensador es un buen indicador de los textos que circulaban en su época, pues como él mismo decía: "Las letras no se aíslan en las paredes de los colegios, sino problemáticamente en los libros, y éstos nunca los he dejado de la mano". Los escritos de Fernández de Lizardi , caracterizados por la abundancia de citas, ya sea directas o de memoria, hacen patente la naturaleza enciclopédica del conocimiento que logró amasar. Entre otras cosas discutía la economía, política, historia natural, ast rología, derecho, medicina farmacología, higiene, teología, educación, filosofía,arte, literatura e historia. Sin ser un erudito en las materias que abordaba, cimentó su autoridad con base en amplias lecturas, aun que no siempre de fuentes primarias.
En 1810 se inician en la Nueva España once años de luchas insurgentes que hacían patente la frustración de los criollos ante el tratamiento discriminatorio al cual eran sujetos. A diferencia de otros súbditos de la corona española, los españoles americanos tenían vedado el acceso a los puestos superiores de la administración del estado, la iglesia y el ejército. En 1810 Fernández de Lizardi tenía treinta y cuatro años de edad y cinco de caso con Dolores Orendain, la cual había aportado al matrimonio una pequeña dote. Trabajaba como teniente de justicia en la ciudad de Taxco y ya había empezado a publicar bajo el nombre de Fernández de Lizardi; dos años antes parecieron unos versos suyos alabando a Fernando VII. Su actuación política durante este periodo fue motivo de confusión hasta que Spell halló la correspondencia entre Fernández de Lizardi y el virrey Franciasco Javier Venegas. Allí resulta claro que, en calidad de juez interino, obtuvo la aprobación del virrey y de la junta del gobierno para entregar las armas a los insurgentes con el propósito de evitar un derramamiento de sangre. Cuando el juez realista llegó a Taxco, Fernández de Lizardi fue aprendido y mandado a la Ciudad de México; sus bienes fueron confiscados y destruidos. Desde la cárcel le escribióa al Virrey y en poco tiempo fue puesto en libertad. Hacia 1826, cuando sus contemporáneos lo ausaron de antipatriótico, usó el accidente para argüir que había estado a favor de la insurgencia desde su inicio, pero nunca habló de su correspondencia con el virrey.
Con la instauración de la libertad de prensa en 1812, hasta su muerte acaecida el 27 de junio dn 1827, Fernández de Lizardi se dedicará de lleno al periodismo y radicará en su ciudad natal. El nombre de s u primer periódico, El Pensador Mexicano, sigue al de José Clavijo Fajardo, El Pensador Matritense y al de otros periódicos peninsulares cuyos nombres aluden a la ciudad en que son publicados. Fernández de Lizardi , además, usó el nombre de su periódico como seudónimo. En El Pensador, como en muchos periódicos que habría de úblicar, se vale del diálogo, la carta, el ensayo para polemizar con sus contemp oráneos. Como en toda su producción literaria, domina el interés en resolver la problemática social de su tiempo por medio de la sátira y el sermón.
Los periódicos novohispanos que anteceden a los del pensador, como lo fueron los de José Antonio Alzate y Ramírez, no polemizaban en materias de Estado alegando que "los superiores no pueden ser corregidos por personas particulares". Sintiéndose protegido por la nueva constitución, Fernández de Lizardi, en cambio, lanza un ataque frontal a la autoridad máxima de la Nueva España. En el noveno número del Pensador decide "manifestarle ciertas verdades" al virrey, y pedirle que los eclesiásticos insurgentes no sean juzgados en cortes militares. En respuesta, fue detenido y la libertad de prensa suprimida hasta 1820.
Siete meses estuvo en prisión donde continuó, aunque con un tono moderado y bajo escrutinio, con la redacción de un periódico que durará hasta 1814. Durante su encarcelamiento le nace su primera y única hija. Entre 1815 y 1816 publica dos nuevos periódicos, Alacena de Frioleras y Cajoncitos de Alacena, donde se ensaya en la sátira de tipos y grupos sociales. Encontrándose demasiado limitado por la censura, abandona el periodismo por cuatro años para dedicarse a la novela. En ese breve lapso produce El Periquillo Sarniento, Noches tristes y día alegra, La Quijotilla y su prima y Don Catrín de la Fachenca.
Al reinstaurarse la libertad de prensa saca El Conductor Eléctrico, dedicado a la defensa de la Constitución de 1812, seguido por El Amigo de la Paz y de la Patria de 1822. Al siguiente año publica los efímeros El,Payaso de los Periódicos y El Hermano del Perico que Cantaba la Victoria. Entre 1824 y 1825 aparecen las Conversaciones del Payo y el Sacristán y en sus últimos dos años de vida se anticipa a las ideas de la Reforma, ocupándose de las relaciones entre la Iglesia y el Estado en su Correo Semanario de México. En 1815 Fernández de Lizardi fue acusado ante la Inquisición por haber criticado ese tribunal; sus dudas sobre el Catecismo de Gerónimo de Ripalda, aparecidas ya en El Periquillo, le trajeron muchas enemistades. Pero su excomunión vino a raíz de su Defensa a los Francomasones, de 1822. Si bien se declaraba católico, y no masón, la Iglesia aprovechó este escrito para condenarlo por dos años.
El tema religioso domina en las novelas novohispanas que anteceden al Periquillo, con ésta, sin embargo, hay no sólo un cambio de perspectiva al pasar del enfoque individual de los problemas morales al social, sino una vuelta al realismo picarezco y cervantino. Su personaje principal, Pedro Sarmiento, apodado desde su infancia Periquillo por los colores de su traje y Sarniento por haber estado infectado de sarna, es un criollo que goza de más ínfulas que de bienes. La indolencia, la soberbia y el juego pierden a Periquillo; su descenso social le hace descubrir y aprovechar las lacras de distintas profesiones y oficios. Su educación, su buena presencia y su astucia le permiten sobrevivir los altibajos de la fortuna, pero el desengaño que le provoca la muerte de su amigo Januario, que lo había inducido al mal, inicia la reconversión del pícaro. Después de muchas peripecias, Periquillo se reforma aceptando los beneficios del trabajo y de la virtud. Para ejemplo de sus hijos, Pedro Sarmiento escribe sus memorias, no como novela, sino como vida. La lectura metonímica de la vida de Sarmiento, que fue capaz de ver más allá de la apariencias y de hacer alianzas sociales que le fueron ventajosas, debía servir de modelo al sector criollo.
La novela intercalada, el sermón, la epístola, el naufragio y la visita a una comunidad ideal son algunas de las estrategias narrativas empleadas en El Periquillo. Fernández de Lizardi reinterpreta dos aportes mayúsculos del acervo literario hispano. Sin ser una novela propiamente picaresca, tiene ecos de Guzmán de Alfarache y de Gil Blas, al tiempo que el realismo cervantino le sirve para defender el habla popular y sus escenas grotescas que sus contemporáneos juzgaron de mal gusto. El Periquillo es una matriz temática que contiene en germen sus otras novelas. La característica misoginia de la picaresca presente el El Periquillo, toma un aspecto ilustrado en La educación de las mujeres o La Quijotilla y su prima. Aquí El Pensador estructura su narración con base en la dicotomía entre la vida de Pudenciana y la de su prima, Pomposa, apodada Quijotita: Pudenciana es educada bajo nociones ilustradas, mientras que Pomposa es malcriada por las supersticiones de las sirvientas y los mimos de los padres. La caída moral y social de Pomposa, aunada a su muerte dramática, subrayan la bondad de la auténtica formación de cristiana de Pudenciana, y las ventajas de sus conocimientos prácticos.Si las mujeres pueden ser instruidas para su mejor integración social, el autor sugiere que también pueden hacerlo todas las "clases del Estado", que divide en indios, ciudadanos ricos y pobres, y payos o rústicos.
En su novela dialogada, Noches tristes y día alegre, Fernández de Lizardi imita el ambiente sepulcral y prerromántico que ofrece José Cadalso en sus Noches Lúgubres. En cuatro noches sucesivas la fe del personaje lizardiano, Teófilo, es puesta a prueba, permitiéndole largas discusiones sobre la vanidad del mundo y la virtud, y la relación del hombre con Dios por medio de la recompensa y el castigo divino. Esta obra es la más alejada de un intento mimético.
Tratando tanto de divertir como de ilustrar, las obras lizardianas son más didácticas que satíricas. La excepción es Don Catrín, la más breve y mejor lograda de las cuatro. Fernández de Lizardi cierra su ciclo con una vuelta al modelo picaresco, pero esta vez no hay arrepentimiento ni moralizaciones; el personaje central muere convencido de que la vida del dandy es la mejor. Como escritor costumbrista, El Pensador muetra aquí su talento para construir y dar vida a un tipo literario a partir de su contraparte social. Esta novela fue publicada póstumamente en 1831.
Aunque la escritura del Periquillo antecede por cinco años el establecimiento del México Independiente en 1821, no suele ser estudiada como producto de la Nueva España. Al otorgársele la posición privilegiada de primera novela mexicana, se enfatiza lo que ahí anuncia de los temas y estilos literarios que posteriormente se desarrollarán. Dicha posición da una idea clara de las presuposiciones conceptuales que han enmarcado los estudios literarios. En efecto, por un lado se tiende a asumir que México y la Nueva España son culturalmente uno y lo mismo, al tiempo que se neglije la existencia de la novela novohispana, de la cual hay varios antecedentes canónicamente aceptados. Pero aún sin ser, estrictamente hablando, la primera novela mexicana, por ser novohispana, ni la primera manifestación de ese género en la Nueva España, por haberlas ya pastoriles, de aventuras y religiosas, no deja El Periquillo de ser obra clave. Ésta, y las otras novelas de Fernández de Lizardi, son las primeras obras de ficción que, con intención mimética, narran la vida cotidiana en forma abundante y detallada. Puesto que todas fueron ilustradas desde las ediciones Príncipe, son también las primeras en ofrecer al lector una representación, tanto textual como gráfica, de la sociedad novohispana de finales del siglo XVI y principios del XIX.
Hay en Fernández de Lizardi una noción clara del grupo social al que pertenece y para el cual escribe. Aunque presenta la Pluralidad étnica, social y económica que había en la Nueva España, son los criollos los que le interesan principalmente. De esa multitud de costumbres y tipos con vestimenta y habla propios, moviéndose en reconocibles ambientes de la Ciudad de México o de sus cercanías, es posible observar lo que por el tamiz de la Independencia se salvó y se hizo mexicano, y lo que ha quedado como propio del virreinato. Las más de las veces, sin embargo, las novelas lizardianas han sido objeto de una mirada retrospectiva que entiende la historia como u n proceso lineal dominado por la formación de la nación moderna. El virreinato es, entonces, un paréntesis en la marcha hacia la nación cuyo sentido de identidad de alguna forma logra permear producciones o eventos que la antec eden. Peo si en las novelas del pensador hay un gusto por su región de origen, ese patriotismo no conlleva un rechazo por el imperio. Y si hay crítica a los males del reino, como lo fue su clamor contra la esclavitud que le costó la prohibición del cuarto tomo del Periquillo, no por ello buscaba la independencia.
Los que primero apropiaron las novelas lizardianas para las letras mexicanas fueron los escritores de la Reforma. Para Guillermo Prieto, El Periquillo es "un gran libro para México" pues en él se encuentra la "justificación más fundada y más elocuente de nuestra independencia". Pero Fernández de Lizardi no aceptó la independencia hasta que la ruptura con España parecía inminente; la justifica por primera vez en el folleto Chamorro y Dominiquín de marzo de 1821. Encarcelado por su declaración, decide unirse a las fuerzas de Iturbide, participando en la redacción de la prensa insurgente con sede en Tepotzotlán.
Decepcionado del gobierno de Iturbide, anatemizado por los conservadores y rechazado por los independentistas radicales, Fernández de Lizardi murió pobre, aislado y sin seguidores. No obstante, dejó un fundación al legado político, literario y cultural que fue recuperado por los intelectuales de la Reforma. Hay en su obras, como más tarde en las de Altamirano, ese delicado balance en que se busca ser parte integral, pero distintiva, de la cultura dominante. Cuando Altamirano propone en sus obras un nacionalismo ecléctico en que lo mexicano no es sólo lo local, sino todo lo bueno que hay en la cultura occidental, ya Pedro Sarmiento se había sentido español en el extranjero y orgullosamente novohispano en su patria. Pero ésta habría de sucumbir y dar lugar a un nuevo país. Fernández de Lizardi dedicó sus últimos esfuerzos a establecer las bases del liberalismo, y así, El Pensa dor Mexicano, "quien hizo lo que pudo por su patria", realizó en vida el mercido epitafio que deseaba para su tumba, el cual, la pobreza no le permitió costear.

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JOSÉ JOAQUÍN FERNÁNDEZ DE LIZARDI, conocido por el seudónimo de “El Pensador Mexicano”, nació em la Ciudad de México en 10 de diciembre de 1776. Es considerado como el creador de la novela em Hispanoamérica. Pasó su infancia en Tepotzotlán, donde su padre ejercía la medicina. Fundó El Pensador Mexicano (1812-1814), periódico revolucionário en el que atacó a las autoridades españolas del Virreinato. Sus agudas y violentas críticas le valieron varias veces la cárcel. Apoió desde el primero momento el movimiento revolucionário de Hidalgo y de Morelos en México.
Alcanzó su notoridad máxima cuando comenzó a publicar por entrega su novela El Periquillo Sarniento (1816), especie de novela picaresca al estilo español, en la que hacía una sátira completa de la vida social, las costumbres y los vicios de la sociedad mexicana de su época. Cuando había publicado ya tres tomos de dicha obra, las autoridades le negaron el permiso para publicar la cuarta parte, que salió a luz después de la Independencia, en forma completa (1830-1831).
A poco de aparecida la novela, se difundió por todo el país, Cuba, España y Portugal, y es hasta nuestros días la obra más popular en México. Murió de tísis en 1827 y su cadáver fue sepultado en la Iglesia de San Lázaro, después de haber sido exhibido publicamente, para desmentir el rumor de que había muerto endemoniado. La lápide que indicaba el lugar donde yacían sus restos, ha desaparecido.
Lizardi fue un autor de pluma fecunda. Escribió novelas, folletos, periódicos, fábulas, ensayos, poesía y teatro. De ingenio ágil, travieso y burlón, se convertió en una espécie de comentarista de la vida pública e institucional de los tempos de la Colonia. Aunque sus ideas fueron progresistas y reformadoras en relación com la época, tiene um fondo de moral profunda y fe. La sátira fue el instrumento que utilizó con fines de moralización. Defendía la libertad de prensa y profesaba ideas abiertamente antiesclavistas.
Su sentido de la crítica social fue realista, buscaba un correctivo para las cosas inmedidas de su país: las malas escuelas, los médicos incompetentes, la pobreza de la población, el fanatismo de la gente, la hipocresía, el cacicazgo político, la vida licenciosa de la gran capital, los juegos, los jueces venales, la salubridad pública y otros temas de esta naturaleza. Por sus novelas desfila prácticamente toda la sociedad de la época: escribanos, doctores, frailes, licenciados, ladrones, policias, magistrados, jugadores, viciosos y virtuosos. Asimismo, se presentan todos los sitios y lugares de México, cárceles, hospitales, tribunales, pensiones, plazas públicas, casas de comercio, iglesias. Como ha dicho un crítico mexicano, es “el mejor museo de nuestras costumbres en el ocaso virreinal”.
“Lizardi escribía sin preocupaciones formales, imitando en mucho el habla popular. De estilo poco cuidado, intercalaba expresiones latinas. Su inspiración novelística proviene de El Lazarillo de Tormes y la serie de novelas pricarescas del Siglo de Oro Español. Según Giuseppe Bellini, “la única obra de relieve de la narrativa hispanoamericana, em el periodo que va desde la época barroca a los comienzos del Romantismo, es la de Lizardi” (Nueva História de la Literatura Hispanoamericana. Madrid: Editora Castalia, 1997, p. 195). La obra de Lizardi inicia y concluye al mismo tiempo, en la narrativa hispanoamericana, el Neoclasicismo, o para mejor decirlo, la época neoclásica (p. 198).
“Al reactualizar el género picaresco, Lizardí reaviva un tipo de narrativa que estaba bien muerta en España. El modelo principal de la picaresca lizardiana es el moralizante y crepuscular del autor español del siglo XVII, Francisco Santos, que escribió El periquillo, el de las galineras, de 1668. Un siglo y medio después de haber visto la luz del Periquillo de Santos, aparece un Periquillo mexicano, una picaresca que afirma su vigor y su originalidad a despecho de los modelos. Sigue técnicamente el modelo picaresco hispánico al presentar en primera persona el protagonista narrador, pero afirma su autonomia por la atención que presta al contexto social mexicano y las cualidades intrínsecas de narrador” (BELLINI, 1997, p. 196).




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